La paradoja de nuestra sociedad es que en lugar de buscar nuestra humanidad en la cercanía, lo hacemos en la distancia con el otro. Vivimos en un permanente estado de desconfianza y sacrificamos nuestro destino en la soledad de un aprendido egoísmo que no sabemos reconocer. Así, en las relaciones humanas en general y en las organizaciones en particular, prima el individualismo. Quienes lideran equipos se sienten insatisfechos y comienzan a darse cuenta de que las herramientas con las que contaban ya no son suficientes.
Es tiempo de resignificar el concepto de humanidad desde una mirada que nos permita transitar hacia nuevos diseños que alojen el hacer colectivo.
De lo individual a lo colectivo para crear humanidad
Pareciera que queremos alcanzar la meta de inmediato, sin hacer el camino, sin vivenciar nuestros propios pasos. Queremos, sin apoyarnos en otros, ser dueños por decreto divino de una meta que entendemos como destino exclusivo. Pero, al final del camino, descubrimos, espantados, que nos fuimos quedando definitivamente solos.
Día tras día, nos sorprendemos intentando imponer a otros nuestra verdad para que hagan aquello que nosotros consideramos que hay que hacer. Pero en lo más profundo de nuestro ser presentimos que no somos ni seremos en soledad, que el individualismo feroz que hasta hoy nos ha determinado es una matriz cultural ajena, una interpretación equívoca del devenir de nuestra existencia.
Nuestra inteligencia primigenia nos lleva instintivamente a abrirnos al otro. Es la experiencia de hacer juntos y de encontrarnos en ese hacer lo que nos permite tender puentes entre unos y otros, estableciendo prácticas y comportamientos a través de los cuales nos constituimos en el mundo y nos reconocemos como individuos y comunidad.
Es en el esfuerzo humano de imaginar y construir un futuro colectivo donde nos distinguimos y nos hacemos como especie.
La acción individual cobra sentido y plenitud en la medida en que contribuye a un propósito compartido, cuya realización junto a otros nos expande, al tiempo que establece puentes y origina encuentros.
Qué es y qué implica crear humanidad
Nuestra humanidad se funda, conforma sentido y se sostiene en el acto de generar comunidad. Así, crear humanidad es generar comunidad, tejer vínculos de existencia para, desde la reciprocidad, construir con el otro la posibilidad de habitar un presente y un futuro que nos aloje, que nos sostenga y que nos dé lugar. Veamos algunas de sus implicancias.
Crear confianza
Debemos honrarnos unos a otros desde el respeto, desde la celebración de la palabra cumplida, y permitir que aquel otro me reconozca y me acompañe a abordar con mayores certezas las posibilidades del hoy y del mañana.
Diseñar juntos nuevos mundos
Crear en comunidad nuevas posibilidades, buscando una y otra vez la manera virtuosa de estructurar las plataformas necesarias para compartir equilibradamente, desde el presente, el futuro.
Reconocer lo colectivo en lo individual
Es importante observar que aquello que somos como individuos se consolida en un tránsito virtuoso hacia la maestría de lo colectivo, en pos de construir un tejido social robusto, acogedor y motivador que nos sostenga y, a la vez, nos impulse junto a los otros hacia la realización de nuestros anhelos y desafíos.
El vocabulario vital de crear comunidad
El lenguaje genera realidad. Por eso es necesario que levantemos nuevos principios, nuevos valores y reiniciemos el trayecto sin miedo a encontrar diferentes destinos. En el desarrollo personal, en la construcción organizacional e incluso en la constitución del tejido social y el liderazgo, esto se puede alcanzar si somos capaces de generar un vocabulario vital que encuentre, recupere o invente de nuevo la esencia de lo humano en cada palabra, al tiempo que nos conecte con el diseño de nuevos mundos.
Se trata de habitar un vocabulario que debe tener la fuerza necesaria para inaugurar destinos, que permita concebir para nosotros, como individuos, como organización o comunidad, un papel distinto, así como crear nuevas plataformas de prácticas personales y modelos organizacionales capaces de acogernos desde quienes somos hoy hasta quienes podemos llegar a ser.
Se trata de un vocabulario que nos incluya con responsabilidad en la valoración permanente de prácticas relacionales virtuosas y en el reconocimiento constante de lo mejor de los demás, como el motor más efectivo para realizarnos como individuos y alcanzar resultados colectivos trascendentes.
Solo construiremos una nueva humanidad si nos atrevemos a definirnos de una manera distinta.
Podremos hacer esto mediante la reinterpretación de lo que somos desde el origen, comenzando por nominar nuestro quehacer y nuestra propia existencia con nuevas distinciones, dotadas de nuevos significados.
Por qué resignificar el concepto de humanidad
Resulta fundamental aportar a la construcción colectiva de una mirada diferente sobre aquello que llamamos humanidad, reconociendo en el uso que damos a su significado una fuente de contenido que hasta hoy nos ha definido y ha determinado el modo en que nos hemos relacionado.
Como mencioné al principio, la invitación es a aventurarse en una mirada que nos permita transitar hacia nuevos diseños que alojen el hacer colectivo como un nutriente para la creación de formas novedosas de estructurar el habitar humano, la emergencia de inéditas posibilidades y, en consecuencia, diferentes resultados.
La propuesta es redefinir nuestra concepción de humanidad, integrar la generación de comunidad como uno de los ejes esenciales de lo que somos y de cómo entendemos el papel que nos toca en la construcción de realidad, e integrar lo colectivo, la relación con los otros, como posibilidad cierta y fundamental para el desarrollo de una comprensión distinta de nuestras particularidades que nos permita recuperar la habilidad de hacernos en conjunto y crear un futuro de realización y bienestar.
Esto implica gestionarnos de un nuevo modo, buscar el equilibrio, la satisfacción de las necesidades en la realización, el bienestar y el compartir, y transitar desde lo individual hacia lo colectivo en un continuo proceso de aprendizaje; identificar nuevos espacios esenciales de acción y transformar desde el origen la matriz que hasta hoy nos constituye. Transformar nuestra vida comienza con nosotros mismos, con nuestra voluntad de estar presentes, de distinguirnos, de tener identidad, siempre con la voluntad de crear vínculos y convivir respetuosamente en la diversidad, atreviéndonos a existir sin miedo al afuera. En definitiva, dar a nuestras vidas un propósito trascendente, una dirección, un destino que, más allá de una meta final, defina un sentido de existencia que se abra a la expansión de las posibilidades.